En Querétaro, el restaurante Mulli celebrará identidad culinaria con cena y chefs invitados

La cocina como memoria viva, como un espacio donde confluyen territorios, sabores y técnicas, es el alma de Mulli, el restaurante queretano donde el chef Hugo Domínguez ha logrado consolidar su propuesta de cocina mexicana contemporánea con raíces e identidad. Redacción Vatel Magazine Este 26 de junio, Mulli celebrará una cena especial que reafirma su visión de compartir y dialogar a través de los sabores de la tierra y del fogón. Para ello, el chef anfitrión, Hugo Domínguez ha invitado a dos cocineros que admira y respeta: Juan Emilio Villaseñor, de La Cocinoteca, en León; y Uriel García, de XAOK Oaxaca, quienes se sumarán a una cena colaborativa de seis tiempos. “Queremos que Mulli sea un lugar de encuentro, donde no solo cocinemos, sino también contemos historias desde nuestras regiones”, explica Hugo Domínguez, quien abrió el restaurante en septiembre de 2023, luego de una trayectoria gastronómica que inició en Monterrey y lo llevó por la cocina de Grupo Pangea y por las de Oaxaca, donde encontró una conexión especial con la cultura y los ingredientes. Los invitados: dos cocinas, un mismo espíritu El chef Uriel García, quien fuera jefe de cocina del restaurante Origen en Oaxaca, aporta a esta cena una visión culinaria arraigada en la tradición y el producto. Actualmente está al frente de su propio proyecto XAOK Oaxaca, que recientemente fue galardonado con el Big Gourmand de la Guía Michelin. El chef García abrirá el menú con una tostada de callo de hacha con pasta de frijol, chorizo y emulsión de chicatana, y más adelante presentará una segueza de maíz tostado con trucha arcoíris, puré de hoja santa y miso de maíz. Por su parte, el chef Juan Emilio Villaseñor, referente de la cocina bajío-gourmet en La Cocinoteca, será responsable de dos momentos clave del menú. Encargado del tercer tiempo, servirá una crema de tomate ahumado con cremoso de hongos y pan de masa madre; y como plato fuerte un New York con vinagreta negra, cebollitas asadas y tortillas nixtamalizadas, elaboradas con maíz procesado en el propio Mulli. Mulli, el anfitrión que une regiones Por su parte, el chef anfitrión, Hugo Domínguez, participará con un plato que sintetiza su filosofía, servirá espárragos con queso de oveja madurado tres meses y papada de cerdo, en una mezcla que une técnica, sabor y respeto por el producto. Y para cerrar la experiencia, el postre será creación de la casa: espuma de miel, mantequilla, bizcocho de menta, curd de limón Eureka y gel de manzanilla. “En Mulli tratamos de no inventar nada, sino de reinterpretar lo que ya existe con respeto. Nos interesa que un plato tenga algo que contar, que si alguien ha comido mole en Oaxaca, lo reconozca, aunque se lo sirvamos distinto”, dice Hugo, convencido de que el territorio se expresa en el sabor. Esta cena tiene un costo de $1,350 pesos por persona (sin maridaje) o $1,950 pesos con maridaje, y promete ser una celebración del sabor, la técnica y el sentido comunitario que define a la nueva cocina mexicana. 📍Álamos Lifestyle Center Industrializacion #7 Álamos Lifestyle Center, Queretaro 76160 Reservaciones disponibles vía mensaje directo en Instagram: @mullimx https://www.instagram.com/mullirest/
Celia Barrios y el pixtle, herencia, fuego y sabor

En una época en la que creemos haberlo visto y probado todo, todavía hay ingredientes que permanecen ocultos esperando ser redescubiertos, como el pixtle, una semilla ancestral extraída del hueso del mamey. En el siguiente artículo, Salvador Espino Manzano narra su encuentro con la cocinera tradicional Celia Barrios Olvera, quien rescata al pixtle del olvido, entre rituales, ahumados, herencia gastronómica y mucha memoria. Así, este ingrediente se convierte en símbolo de resistencia cultural. De su madre a sus manos: Celia Barrios Olvera y la revalorización del pixtle Por: Salvador Espino Manzano & Celia Barrios Olvera En el corazón de la Sierra Norte de Puebla, donde la niebla abraza las montañas y el maíz aún se cultiva con cantos y manos curtidas, sobrevive un tesoro culinario casi olvidado: el pixtle. Proveniente del náhuatl pixtli, esta semilla —extraída del hueso del mamey— encierra siglos de historia, espiritualidad y resistencia alimentaria. A pesar de su uso ancestral, hoy es apenas conocido fuera de los contextos comunitarios donde ha sido resguardado con celo. Pero gracias al trabajo conjunto de portadoras del conocimiento tradicional y la investigación académica, este ingrediente vuelve a cobrar vida como símbolo de identidad y patrimonio. Una de las principales guardianas de este alimento es Celia Barrios Olvera, cocinera tradicional certificada originaria de Xicotepec de Juárez, en la Sierra Norte de Puebla. Su vínculo con el pixtle no es solo gastronómico sino profundamente afectivo y genealógico. Es parte del legado que recibió de su madre, la Sra. Evelia Olvera Arroyo, quien le transmitió entre fogones y festividades los saberes sobre su recolección, transformación y uso. En 1991 el saber de Evelia fue documentado por la reconocida etnógrafa y cocinera Diana Kennedy, que quedó impresionada por el conocimiento y la práctica tradicional de este producto reconociendo su relevancia dentro del mosaico culinario mexicano. Hoy, la Maestra Celia –como es conocida entre los habitantes de la localidad- prepara el pixtle bajo los cánones ancestrales y lo reivindica en diversos foros y espacios públicos de relevancia nacional e internacional, convirtiéndose así en vigía y promotora de su valor cultural dando continuidad a la labor de su madre y demostrando el valor transgeneracional de un acto compartido que puede entenderse como tradición. El proceso de elaboración del pixtle inicia con la recolección y selección de semillas durante la temporada del mamey (marzo-abril), seguido de la extracción del germen. Estas semillas se cocinan durante 48 horas en una solución alcalina de ceniza para eliminar la resina amarga que las envuelve. Luego se lavan y se infusionan con diversas hierbas autóctonas mediante una decocción de 12 horas para aportar sabor y aroma. Posteriormente, las semillas se secan al sol, se cortan en trozos y, de acuerdo a la tradición, se hilan en collares que se secan y ahúman sobre el fogón durante un mes. Finalmente, se asan cuidadosamente en comal, se muelen en metate, se mezclan con chile mora y se almacenan en recipientes para su uso posterior. En las manos de Celia, el pixtle se convierte en salsa para enchiladas guarnecidas con cecina, pulque y café; o en pixtamales, una variante ritual del tamal que se sirve en festividades religiosas. Su labor ha sido acompañada y documentada por el chef Salvador Omar Espino Manzano, investigador de la Universidad La Salle Bajío y miembro de Vatel Club México, comprometido con el patrimonio cultural y la revalorización de los alimentos ancestrales de México. Junto con la Mtra. Celia, ha emprendido un trabajo colaborativo que busca tender puentes entre el conocimiento empírico de las cocineras tradicionales y la cientifización de los conocimientos tradicionales, de la mano del Centro de Innovación Gastronómica (CIG) liderado por el chef Lalo Plascencia. Este esfuerzo ha permitido no solo registrar el proceso y usos del pixtle, sino también analizar su perfil nutricional y sensorial, revelando que no solo es un ingrediente simbólico, sino también funcional. El pixtle es rico en grasas insaturadas, compuestos bioactivos funcionales, proteínas y minerales. Su sabor es muy complejo, con notas tostadas, ligeramente amargas y terrosas; aporta profundidad a las preparaciones tradicionales, transportando al comensal a un mundo de antaño, a un sabor serrano de monte y campo característico de su lugar de origen. En la cocina ritual, su textura semimolida se integra con otros ingredientes como el chile, el maíz o el jitomate, generando salsas densas y aromáticas que activan la memoria gustativa y emocional de quienes las prueban. En 2025 y tras varios años de promoverlo, el Ayuntamiento de Xicotepec de Juárez ha reconocido la labor de Barrios y Espino por su contribución a la preservación de este patrimonio culinario. Este reconocimiento refuerza la importancia de conservar y promover los saberes tradicionales como parte del desarrollo cultural y turístico de la región, bajo la valorización de las autoridades locales. En un contexto global donde la homogeneización alimentaria tiende a diluir los sabores y las particularidades regionales y donde la estética tiene más valor que la autenticidad de lo tradicional, la recuperación del pixtle representa una reconexión con una cosmovisión que concibe la alimentación como vínculo, acto ceremonial y expresión genuina del territorio. Celia Barrios invita a cocineros, chefs y personas comprometidas con la valorización de la cocina tradicional a acercarse a su fogón y conocer de primera mano esta ancestral tradición. A través de su experiencia, junto al chef Salvador Espino, se pone de manifiesto que las cocinas tradicionales son espacios vivos de creación, resistencia y transmisión de saberes, y no meros vestigios del pasado. Revalorizar el pixtle es sembrar futuro desde la raíz, y en la cocina de la Maestra Celia se encuentra una oportunidad única para redescubrir este valioso patrimonio culinario.
Diana Beltrán, la mexicana que conquistó Roma con el sabor de México

Desde Acapulco hasta el Vaticano, la historia de Diana Beltrán es una travesía llena de mucho sabor. En Roma fundó La Cucaracha, el primer restaurante mexicano auténtico, y hoy, a 25 años de sembrar identidad con cada platillo, es reconocida en Sabor Es Polanco como embajadora de la cocina nacional en el mundo. Araceli Calva Instalada en Roma desde hace cuatro décadas, Diana Beltrán llegó a México para recibir un reconocimiento de parte del festival gastronómico Sabor Es Polanco, por su labor de difusión de la cocina mexicana en el extranjero. “Hace 40 años me fui a vivir a Italia. Me di cuenta de que no había restaurantes mexicanos y, después de haber vivido allá algunos años, me animé a abrir uno. Yo no soy cocinera, pero ahora sí que la necesidad hizo virtud. Tuve que comenzar a decidir, porque me tenía que quedar en Italia. Había terminado una etapa de mi vida y necesitaba reinventarme. Sabía cocinar, porque mis abuelas eran cocineras. Empecé haciendo caterings cuando en Italia todavía no había, y la Embajada de México en Italia me ayudó mucho. Así, poco a poco hice mis pininos, participé en muchas ferias, y al final decidí abrir el restaurante que se llama La Cucaracha, que ya tiene 25 años”, indica. En entrevista, previo a la entrega de su reconocimiento, la chef señala que los platillos que han llegado al corazón de los italianos, increíblemente, son las enchiladas verdes. Aunque están picosas, en estos 25 años les han dando poco a poco la sazón mexicana. “Al principio no me la aceptaban, porque ellos estaban acostumbrados a que la cocina mexicana era fajitas, burritos… Entonces les empezamos a ofrecer enchiladas verdes, cochinita pibil, tostadas, y les enseño que se come con la mano. Ha sido un gran aprendizaje enseñarles a los italianos cómo se come un taco. Hay una anécdota que siempre cuento: a los niños, cuando llegan al restaurante, les damos un taco de bistec, porque para ellos es más fácil sentir los sabores. Y yo llego y les digo: Este es el único lugar donde van a poder comer con las manos. Van a agarrar el taco, lo van a levantar, se lo van a llevar a la boca… ¡y van a levantar su dedo meñique! Es muy bonito enseñarle eso a las nuevas generaciones. Ya llevamos dos generaciones, y eso nos llena de orgullo”, explica. Diana comenta que el taco perfecto comienza por una buena tortilla, y de eso sufría Italia, porque le era difícil conseguirla, pero indica que llegó otra mexicana, que comenzó de cero, con el negocio de las tortillas, La Morenita, son tortillas nixtamalizadas, que hacen de la cocina mexicana un deleite. “Tener una buena tortilla nixtamalizada y una buena proteína… Yo creo que el taco perfecto está hecho con mucho amor. Mi taco favorito es el de carnitas, me encanta, y creo que podría comerlo todos los días. Ahora que estoy en México, estoy aprovechando para comer todos los que pueda. ¡Están todos maravillosos!”, puntualiza. Más allá de La Cucaracha, Diana ha abierto dos restaurantes más: Tiburón Trieste y Tiburón Navona, dedicados al pescado. Además, junto a su hijo, ha impulsado una nueva línea de restaurantes en Roma enfocados en burritos, con un fuerte compromiso con la sustentabilidad. “Hace cinco años abrimos otro restaurante, y ahora ya son tres. Son de burritos, una mezcla entre taquería y burretería. Mi hijo, que regresó después de estudiar fuera, llegó con esta visión sostenible, y fuimos el primer restaurante en Italia en incorporar empaques sustentables y biodegradables. Fue un reto, porque mucha gente no lo conocía. Dos años después de que nosotros empezamos, en Roma comenzaron a prohibir el plástico. Nosotros seguimos tratando de ser sustentables, aunque a veces la gente no lo entienda. Iniciamos hace tres años y aún sigo explicando por qué lo hacemos. Usamos hoja de maíz para servir la comida, como en forma de barquito, y ahora también estamos usando hoja de plátano. Es muy bonito. Todavía no podemos envolver el burrito con hoja de plátano… pero ya casi, nos falta poco”, añade. La pasión de la chef por la cocina nació desde su infancia. “Mi encuentro con los aromas y sabores de la cocina se dio cuando era niña, porque mi abuela era cocinera de un empresario, y yo viví entre esos aromas. Tengo una anécdota de infancia: cuando llegábamos al pueblo, mi abuela tenía una de esas cocinas antiguas, todo de barro, con un gran comal. Llegaba una señora con la masa recién molida, recién nixtamalizada, y nos hacía tortillas. Me encantaba comerlas solo con sal. Aprendí de mi abuela. Ella fue mi master, y para mí, la cocina ha sido mis alas para volar. Gracias a la cocina, hoy soy Diana Beltrán, y me ha dado muchas satisfacciones”. Por otra parte, la chef agregó que el reconocimiento recibido en Sabor Es Polanco fue particularmente significativo; cuando le dijeron que era merecedora de este premio se puso muy contenta, porque se trata de un festival en el que participan grandes restaurantes de México, y que además, se lo dieran en el mismo año en el que también reconocieron a un chef como Ricardo Muñoz Zurita, fue un gran logro para ella. Diana también ha participado en proyectos televisivos. Con el canal italiano Gambero Rosso, viajó a Yucatán y compartió su visión de la cocina mexicana con el público europeo.
Ricardo Muñoz Zurita recibe homenaje por su trayectoria gastronómica

Con casi cuatro décadas dedicadas a la investigación, preservación y difusión de la cocina mexicana, el chef Ricardo Muñoz Zurita fue homenajeado en una cena especial celebrada en Campo Marte, la noche previa a la onceava edición del festival gastronómico Sabor Es Polanco. Por Redacción Vatel Magazine Originario de Coatzacoalcos, Veracruz, el chef Ricardo Muñoz Zurita es reconocido no solo por su labor como cocinero, sino también por su invaluable contribución como investigador y autor de obras fundamentales para el conocimiento culinario del país, como Los clásicos de la cocina mexicana y el Diccionario enciclopédico de gastronomía mexicana, entre otros títulos que han marcado un parteaguas en la gastronomía nacional. La cena-homenaje, organizada por el comité de Sabor Es Polanco, reunió a destacadas figuras de la cocina nacional e internacional, quienes ofrecieron un menú especial en honor al chef veracruzano. La velada inició con la participación de Diana Beltrán, chef guerrerense radicada en Roma desde hace 25 años y fundadora del restaurante La Cucaracha, quien presentó una Entomalada de Hongos con Salsa de Trufa. Su platillo, de sabores profundos y elegantes, provocó que más de uno dejara el plato limpio. El segundo tiempo corrió a cargo del chef yucateco Pedro Evia, quien sirvió un atrevido y sabroso Ceviche Negro de Callo de Hacha. Aunque algunos comensales notaron un picor más pronunciado de lo esperado, la combinación de sabores fue aplaudida por los comensales. El plato principal fue preparado por el propio homenajeado, quien puso en la mesa su clásico Chipotle de Amor, una de las creaciones de Azul Restaurante. Se trató de un filete de res perfectamente cocinado, acompañado de una salsa de chipotle. Para cerrar con broche de oro, la chef pastelera Maricú Ortiz presentó un delicado postre, ideal para cerrar esta noche de reconocimientos, fue una Paja de Mil Hojas con crema de vainilla y miel melipona, que conquistó paladares por su equilibrio entre textura y dulzura. Durante la ceremonia, Ricardo Muñoz Zurita recibió un reconocimiento especial de manos de Alejandro Garza, productor y director general de Sabor Es Polanco, quien destacó la trayectoria del chef como un pilar de la cocina mexicana contemporánea y como un puente entre el conocimiento ancestral y las nuevas generaciones. Este homenaje no solo celebró la carrera de un gran chef, sino también el legado cultural que Muñoz Zurita ha sabido rescatar, documentar y compartir con el mundo.
Milpa, Memoria y Fogón de Serrín, Cocina Viva de Cristina Martínez Cruz

En lo alto de Acaxochitlán, Hidalgo, donde el aire huele a tierra húmeda y a leña antigua, una mujer sostiene con sus manos un legado ancestral que arde, se transforma y alimenta, ella es Cristina Martínez Cruz, una cocinera tradicional y nanacatera reconocida, cuya labor no solo se centra en la preparación de alimentos, sino que su verdadero valor está en que teje saberes, cultiva resistencia y cocina identidad. Su cocina de humo, alimentada con serrín del taller familiar, y su milpa sembrada con maíz, nopal y memorias, son prueba viva de que la soberanía alimentaria no es un concepto abstracto, sino una forma concreta de habitar el mundo, resistir desde la raíz y reinventar la tradición. Esta es la crónica de un encuentro con su fuego, su palabra, su mesa y sus manos. Cristina Martínez Cruz: ejemplo de soberanía alimentariaPor: Salvador Espino ManzanoColaboración y coautoría: Cristina Martínez, Eduardo Plascencia y Williams García Durante la Semana Santa de 2025, un equipo de investigación gastronómica conformado por los chefs Salvador Espino, Eduardo Plascencia y Williams García —cocineros e investigadores gastronómicos, miembros de CIG y Vatel Club México— realizó una visita etnográfica a la comunidad de Los Reyes, en el municipio de Acaxochitlán, Hidalgo. En este contexto, Cristina Martínez Cruz —cocinera tradicional certificada y nanacatera reconocida por su comunidad— abrió las puertas de su cocina para compartir, a través de sus prácticas cotidianas, un sistema alimentario vivo que vincula tradición, sostenibilidad e innovación; demostrando que este modo de vida se refleja como parte de su soberanía alimentaria. El trabajo de campo inició en su cocina de humo, un espacio doméstico de alrededor de 4×4 metros, donde el orden de los utensilios, la distribución del mobiliario y la presencia de herramientas tradicionales —metates, molcajetes, cazuelas de barro y comales— revelan una continuidad intergeneracional de saberes culinarios. En este entorno destaca una innovación técnica que sintetiza adaptación ecológica y conocimiento empírico: un fogón alimentado con serrín, material residual proveniente del taller de carpintería de su familia. Cristina y su madre desarrollaron este sistema alternativo como respuesta a la necesidad de reducir la exposición al humo en espacios cerrados y aprovechar recursos locales. El resultado es un dispositivo portátil, de bajo costo, que alcanza temperaturas altas y estables en pocos minutos y permite una cocción eficiente, incluso de alimentos de cocción prolongada. Esta innovación, sin perder el vínculo con el fuego como elemento simbólico y funcional, ejemplifica cómo la tradición culinaria puede dialogar creativamente con su entorno. Parte del recorrido se centró en la milpa familiar, ubicada a escasos metros de la vivienda. Allí, Cristina cultiva, cosecha y recolecta una amplia diversidad de productos agrícolas, entre los que sobresale el nopal. Con líneas de siembra de casi 100 metros y un manejo cuidadoso del corte, este cultivo no solo garantiza una fuente constante de alimento, sino que también representa un modelo de autosuficiencia y soberanía alimentaria. Los brotes tiernos, recolectados con la mano para no dañar la planta madre, requieren poca tecnología para ser utilizados; sin embargo, una mano hábil y firme para su limpieza. Son apreciados por su textura, sabor y valor nutricional: aportan fibra, antioxidantes, vitaminas y compuestos bioactivos. Además, en temporadas como la Cuaresma —cuando, de acuerdo con el dogma de la religión católica, se limita el consumo de carne—, el nopal, junto con leguminosas como las habas y el frijol, se convierte en base fundamental de la dieta. Lejos de ser un ingrediente menor, el nopal encarna una resistencia cultural: ha sido históricamente marginado en los discursos gastronómicos hegemónicos, a pesar de su versatilidad y riqueza simbólica. En la cocina de Cristina, sin embargo, adquiere un lugar protagónico. Su uso cotidiano no solo responde a criterios de disponibilidad o economía, sino a un principio de arraigo. Incorporarlo a la mesa no es solo una elección alimentaria, sino una afirmación identitaria que conecta el territorio con la memoria, la técnica y el cuidado comunitario. Durante la visita, Cristina compartió la preparación de un platillo característico de la temporada: un guiso de habas secas, adobo de chile guajillo y nopales frescos. La cocción se llevó a cabo en el fogón de aserrín, cuya llama constante permitió obtener un platillo sustancioso en poco tiempo. A la par, elaboró tortillas de maíz azul, cuyo maíz provenía de su propia cosecha, reafirmando la autosuficiencia como práctica diaria. La sencillez de los elementos —una cazuela, un comal de barro, un puñado de ingredientes locales— fue contrastada por la profundidad de los saberes desplegados en cada gesto: desde la elección del momento de cosecha hasta el manejo del calor o la preparación del adobo. Lo observado en esta jornada etnográfica permite afirmar que la cocina de Cristina Martínez Cruz es más que un espacio de preparación de alimentos: es un lugar consciente de la transmisión de saberes, de resistencia cultural y de innovación desde la tradición y la necesidad como puntos de partida. La combinación entre técnicas ancestrales, ingredientes nativos e imaginación adaptativa —como el fogón de aserrín— constituye un ejemplo valioso de lo que puede entenderse como cocina de origen. Una cocina que no solo alimenta, sino que educa, representa y da sentido. En un tiempo en que los discursos sobre alta gastronomía dominan la escena pública, experiencias como la de Cristina invitan a revalorar los saberes locales como parte esencial del patrimonio alimentario de México.