En Comonfort, Guanajuato, el pueblo otomí mantiene viva la tradición ancestral de elaboración de tortillas ceremoniales. En este artículo, la chef e investigadora Claudia Valencia, explica cómo estas obras de arte comestibles conectan con el alma ñähñu, y por qué son símbolo, ritual y memoria de una comunidad.
Tortilla Ceremonial Otomí
Texto e investigación: Claudia Valencia
Delegación de Investigación Nacional
Los Otomíes, o Ñähñu: “Los que Hablan Otomí”
Portadores de una herencia milenaria, los otomíes –o ñähñu, como ellos mismos se nombran en su lengua materna– han sabido preservar, transmitir y resignificar una vasta riqueza cultural que se manifiesta en lo cotidiano, en lo festivo y en lo sagrado. Entre sus prácticas más representativas destaca la elaboración de la tortilla ceremonial, alimento que trasciende lo nutricional para convertirse en símbolo de identidad, ofrenda ritual y acto de resistencia cultural.
Como muchos otros pueblos originarios, los ñähñu han enfrentado múltiples procesos de despojo, desplazamiento y transformación. “Para salvaguardarse de los efectos de la colonización española, los otomíes del centro de México migraron hacia los territorios del norte de Mesoamérica, habitados por grupos chichimecas”.¹
Los otomíes –ñähñu– no ocupan un territorio continuo, sino que se encuentran dispersos en varios estados del país, como el Estado de México, Querétaro, Hidalgo, Puebla y Veracruz. En Tlaxcala se localiza el pueblo otomí de Ixtenco, y en Guanajuato, particularmente en Comonfort y San Miguel de Allende.
Como han documentado diversos estudios, “la ocupación de las tierras fue un suceso pacífico, lo que refiere la clara facilidad de negociación de los otomíes, quienes aprovecharon sus previas relaciones de intercambio de productos con los chichimecas”.²

La tortilla ceremonial otomí
La tortilla ceremonial otomí es una manifestación gastronómica y cultural profundamente arraigada en las tradiciones de los pueblos originarios del Estado de Guanajuato, particularmente en las regiones Centro³ y Norte⁴.
El pueblo otomí ha utilizado la tortilla ceremonial, probablemente, como parte esencial de sus rituales desde tiempos prehispánicos, aunque no se cuenta con registros documentales que lo confirmen. Lo que sí es evidente es que estas tortillas no son simples elementos de la dieta diaria, sino que están intrínsecamente ligadas a ceremonias religiosas, ofrendas y festividades comunitarias. Su decoración, con sellos de madera tallados a mano, es una práctica ancestral que se ha transmitido de generación en generación, reflejando la cosmovisión y los valores de la comunidad.



Elaboración y significado
El proceso de elaboración de la tortilla ceremonial otomí está profundamente ligado al ciclo agrícola y al calendario ritual de los pueblos ñähñu. Todo inicia con la selección del maíz criollo⁵, una tarea que comienza en marzo, durante la luna llena, y continúa en mayo con su bendición y ofrenda en el marco del Día de la Santa Cruz. Este ciclo concluye el 14 de septiembre con la entrega de los primeros elotes, entre otros productos, como ofrenda de agradecimiento por la cosecha obtenida.
La elaboración de la masa se inicia con el proceso tradicional de nixtamalización, que convierte el maíz en una masa suave y maleable que se forma utilizando la prensa de mezquite (del náhuatl mizquitl)⁶.
Antes de cocerse por completo sobre el comal, y justo antes de voltearse por segunda vez, se imprime el diseño ceremonial en la tortilla mediante sellos tallados en madera, también conocidos como pintaderas o moldes, elaborados artesanalmente con el corazón del mezquite.
Los diseños se estampan utilizando colorantes naturales, especialmente pigmentos obtenidos del micle o muicle⁷, planta endémica de la región que, al calentarla en el comal y después infusionarla, brinda un color rosa intenso. Si se le añaden gotas de jugo de limón, el tono cambia a un morado profundo. En algunas ocasiones también se utiliza una flor llamada torito o la grana cochinilla, aunque su uso es menos común actualmente. Estos pigmentos no solo embellecen las tortillas, sino que también refuerzan su dimensión simbólica y ritual.
Cada tortilla ceremonial es una ofrenda cargada de sentido. La práctica de pintarlas con símbolos religiosos, imágenes zoomorfas (con forma animal), fitomorfas (con forma vegetal) o motivos indígenas es una manera de comunicar la importancia de un evento, ya sea familiar o comunitario.
Estas tortillas indican un acontecimiento relevante para la familia o comunidad, un motivo de celebración, reunión y afecto. Se elaboran para cumpleaños y rituales como el Día de la Candelaria, bodas, XV años, primeras comuniones, presentaciones al templo, confirmaciones y bautizos. También se ofrecen en festividades patronales dedicadas a Santa Cecilia, San Lucas, San Nicolás, la Virgen de Guadalupe y San Isidro Labrador, así como durante el Día de la Santa Cruz, en visitas especiales y otros momentos significativos del calendario ritual.
La tortilla ceremonial también está presente durante la ofrenda de garbanzos en Semana Santa y en la ofrenda de los elotes el 14 de septiembre, cuando se lleva al templo lo que la tierra ha brindado: elotes, calabazas u otros frutos de la cosecha, como muestra de gratitud y respeto.
Cada familia ñähñu posee su propio sello, tallado especialmente por un miembro masculino de la familia, quien ostenta la responsabilidad de crear la imagen que representa al linaje. Este sello se considera un objeto de herencia que será transmitido a quien demuestre el conocimiento y el compromiso necesario para conservar la tradición.
El aprendizaje de esta técnica ocurre en el entorno íntimo del hogar, donde se genera una relación de complicidad entre las mujeres de la familia. A través de este proceso, una madre puede decir “feliz cumpleaños”, “te bendigo” o “gracias por venir” sin necesidad de pronunciar palabra, solo con la entrega de una tortilla marcada con símbolos que hablan del amor, la pertenencia y la continuidad de una tradición viva.
Rituales de preparación
De acuerdo con la herencia recibida de sus antepasados, diversos rituales acompañan la elaboración de la tortilla ceremonial otomí desde el inicio del proceso. Las mujeres, vestidas con su indumentaria tradicional –falda larga, delantal y el rebozo que cubre su cabeza– comienzan preparando el espacio sagrado donde se llevará a cabo la elaboración. La práctica inicia con la purificación del entorno mediante el uso del sahumador; se puede efectuar alguna limpia con hierbas y se entonan cantos en lengua otomí, generando un ambiente de respeto y conexión con lo espiritual.
Como parte del ritual, agradecen a sus ánimas, reconociendo la presencia de sus antepasados en el acto. Se modela con la masa una pequeña figura llamada lolito o lele⁸, que funge como guardián espiritual del proceso, acompañando y protegiendo cada etapa de la elaboración. En este contexto, también se invoca la presencia de “Oton” u “Otontecuhtli”, el primer señor que, según su tradición oral, gobernó a sus ancestros, a quien se honra con una ofrenda simbólica que puede incluir alimentos depositados junto con alguna hierba, consideradas portadoras de fuerza y sabiduría ancestral.
En conclusión, la tortilla ceremonial otomí es más que un alimento, es un vínculo entre el pasado y el presente; una expresión tangible de la identidad y espiritualidad de un pueblo que ha sabido resistir el paso del tiempo. Su preservación contribuye no solo a mantener vivas las tradiciones otomíes, sino también a enriquecer el mosaico cultural de México. Es imprescindible continuar valorando, protegiendo y promoviendo esta práctica como un testimonio vivo de la riqueza ancestral de Guanajuato.
Para finalizar, deseo expresar mi más profundo agradecimiento a Consuelito Venancio, originaria de Delgado de Abajo, en el municipio de Comonfort, Guanajuato, por su generosidad al compartir su conocimiento y su sabiduría ancestral en la elaboración de las tortillas ceremoniales otomíes. Su labor como promotora y guardiana de esta tradición es invaluable, y ha sido un honor aprender de ella. Extiendo también mi reconocimiento a la comunidad de Comonfort, cuya identidad, raíces y compromiso con la preservación cultural son un ejemplo de resistencia, orgullo y memoria viva.