Le Cordon Bleu México celebró 130 años de excelencia culinaria con una cena de gala en la Universidad Anáhuac, que también festejó 50 años de la Facultad de Turismo y Gastronomía

Le Cordon Bleu México y la Facultad de Turismo y Gastronomía de la Universidad Anáhuac celebraron su gran legado en la industria de la hospitalidad, con una cena de gala y un menú de inspiración francesa con ingredientes mexicanos; chefs invitados y un homenaje a la formación académica marcaron esta velada histórica. La Universidad Anáhuac México reunió a la comunidad académica, chefs invitados, estudiantes y familias para celebrar dos aniversarios que han marcado el rumbo de la enseñanza culinaria en el país: los 130 años de Le Cordon Bleu, institución reconocida en todo el mundo, y los 50 años de la Facultad de Turismo y Gastronomía. Esta ceremonia tuvo lugar en el Campus Norte con una cena de gala concebida y ejecutada por los alumnos de octavo semestre de Gastronomía, quienes fueron responsables del diseño del menú, la producción culinaria y la coordinación operativa del evento, como parte de un ejercicio académico que retomó técnicas clásicas francesas integradas con ingredientes regionales y referencias internacionales. Pero los estudiantes no estuvieron solos, contaron con el acompañamiento de figuras clave que guiaron la construcción del menú, como la cocinera tradicional michoacana Blanca Villagómez; Israel Aretxiga (Casamarena y Grupo Zeru); José Luis Escobar; Frédéric Lobjois (Au Pied de Cochon); Efrén Oswaldo Chan (restaurante Xuna); Isaac Hernández y la repostera Magali Salomé, así como el equipo de profesores de Le Cordon Bleu México, Carlos Santos, Carlos Barrera, Denis Delaval, Omar Morales, Miguel Ángel García, Edmundo Martínez y Esther Galeana. Durante su intervención, José Ángel Díaz Rebollado, director de la Facultad de Turismo y Gastronomía, destacó el valor histórico de la relación entre la universidad y Le Cordon Bleu, subrayando su impacto en la profesionalización de miles de estudiantes. “Ambas historias se han entrelazado dejando una huella profunda a nivel internacional. Celebrar estos aniversarios es reconocer el compromiso de nuestra comunidad y la fuerza de una alianza que une tradición, innovación y altos estándares académicos”, afirmó. Por su parte,  Luis Javier Álvarez, director general de Le Cordon Bleu México, subrayó la importancia del intercambio cultural que se teje desde la cocina, “a través de la gastronomía, Francia y México se enriquecen mutuamente. El arte de la mesa es también una forma de diplomacia cultural. Esta celebración reúne 130 años de excelencia y 50 años de inspiración: dos legados con un propósito común, servir, transformar y trascender”. En esta ceremonia estuvo presentes, el rector de la Universidad Anáhuac, Dr. Cipriano Sánchez García, L.C., quien celebró ambas trayectorias y destacó el rigor de disciplina y conocimiento del personal académico de ambas instituciones para transformar la vida de los estudiantes. En la ceremonia también se le dio el merecido reconocimiento a las marcas que participaron en la celebración de este doble aniversario, como Cuna de Tierra, Domecq Academy, y US MEAT, entre otras marcas. Un menú que celebró técnica, identidad y creatividad La cena dio inicio con dumplings al vapor rellenos de camarón salteado con vegetales, acompañados de salsa macha, salsa agridulce de soya y crocante de wonton, realzados con cebollín y brotes frescos. El segundo tiempo presentó una ensalada de nopal baby en ósmosis, servida con consomé de jitomate rostizado y terminado con un velo aromático de cilantro. Para el plato fuerte, los asistentes eligieron entre dos propuestas: Lomo de cerdo con mole de caderas, reducción de cacao, verduras salteadas, mousseline de camote y un falso de achiote. Filete de totoaba sellado, cubierto con salsa de chiles secos, puré aterciopelado de elote y papa, polenta cremosa, elotes baby y un crocante de chiles y maíz enchilado. El cierre dulce ofreció dos interpretaciones: una mousse de chocolate al 70% con namelaka de frambuesa, ajonjolí negro y sherbet de frambuesa; y un helado de mantequilla caramelizada acompañado de calabaza criolla, citronela y haba tonka. En un festejo de esta dimensión no podía faltar el pastel, y uno de los postres más típicos y populares de Francia, el croquembuche, montaje de profiteroles caramelizados.

Chef Summit 2025: el festival gastronómico que reúne a grandes chefs en Pachuca

Pachuca es un gran punto de encuentro para la gastronomía, y así quedó confirmado en la tercera edición del Chef Summit 2025, un festival impulsado por USA Rice y el chef Aquiles Chávez, en colaboración con US Meat, Ánfora, el equipo de Sotero, y la participación de destacados chefs que demuestran su pasión en cada plato compartido. Pachuca es una ciudad con mucha historia minera, con un ritmo tranquilo que invita al disfrute, y con una riqueza cultural que se manifiesta en su música, sus bailes, su gastronomía y sus museos, además se caracteriza por su gran hospitalidad, por lo que esta ciudad es el marco perfecto para reunir a chefs, prensa especializada, patrocinadores y todo aquello que hoy marca tendencia en la cocina mexicana. El inicio de este summit fue en Sotero, con un desayuno tradicional lleno de sabores locales. El siguiente punto fueron las instalaciones de Ánfora, que este año estrenó un espacio museográfico dedicado a su historia. Así, entre piezas de cerámica y ediciones de vajillas especiales, como la que hicieron para la película Titanic, los asistentes conocimos la historia de esta fábrica. La convocatoria de este Summit reunió a destaacados chefs de la escena gastronómica nacional, como Lula Martín del Campo (Marea y Cascabel), Marcelino Castro (La Cabrera), Issho Sonoda (cocina japonesa en México), y Macarena Laris y Elena López (La Macaria), además del propio Aquiles Chávez, anfitrión del proyecto desde su primera edición, y quien también participó en la preparación de un plato, ya que cada uno de los chefs presentó un platillo que incluyó a uno de los productos estrellas de este evento, el arroz USA Rice, con diferente técnica y estilo. Cada preparación culinaria permitió observar de cerca las técnicas de cada uno de los chefs y el estilo de su gastronomía. Lula Martín del Campo presentó un Tamal de arroz con mole de tamarindo; Issho Sonoda preparó arroz con sardina frita y daikon, y Aquiles Chávez elaboró Dolmas de arroz americano con lengua de res en barbacoa de cordero, preparados con arroz parbolizado. Por su parte, Marcelino Castro sirvió un arroz poblano cremoso con elote amarillo y rib eye, mientras que Macarena Laris y Elena López mostraron el potencial dulce del ingrediente con una tarta de arroz que combinó harina de arroz, almidón cocido en leche y arroz inflado. El festival también integró propuestas de mixología. La bartender Leslie Hernández integró el arroz en fermentos, horchatas y jarabes para bebidas como Axahue, Xandú y Bzeh, en un guiño a los sabores tradicionales reinterpretados desde la barra. Las tradiciones hidalguenses estuvieron presentes no sólo en la cocina, sino también a través d ella música a cargo de la Compañía de Danza Folklórica Tenábris, que recordó la fuerza cultural del estado a través del guapango. La tercera edición del Chef Summit 2025 confirma el compromiso de USA Rice, US Meat, Ánfora y Aquiles Chávez por promover el conocimiento culinario y destacar la presencia del arroz americano en la cocina mexicana. Pachuca, con su mezcla de tradición, técnica y calidez, refrendó que es un territorio fértil para encuentros donde la gastronomía se comparte, se piensa y se celebra.

Menú especial de Carolo para quienes celebran Thanksgiving y fiestas decembrinas en CDMX

En la Ciudad de México, cada vez más familias buscan cenas de celebración para llevar, para festejar en casa, pero sin pasar horas en la cocina, por ello, este 2025, Carolo presenta un menú especial para quienes celebran Thanksgiving, Navidad y Año Nuevo en el calor del hogar, diseñado por el chef Isaac Herrera y pensado para aquellos que buscan una cena completa, de calidad y lista para compartir, con opciones que van del pavo tradicional al bacalao a la Vizcaína, entre otros platos de gran tradición en estas fiestas de fin de año. Cada temporada de fin de año, las familias se reúnen alrededor de la mesa para compartir grandes momentos, pero también deliciosos platillos, y para estos momentos, Carolo pone a disposición de sus comensales una selección de platos principales, guarniciones y postres listos para recoger en cualquiera de sus sucursales, ideal para quienes desean una cena especial sin el trabajo pesado de la cocina. En primer lugar está la cena para quienes se reúnen a la mesa con motivo del Día de Gracias, que simboliza gratitud, comunidad y esperanza, y aunque dicha tradición no es nuestra, sino que nació en las colonias inglesas del siglo XVII, poco a poco se ha ido integrando al calendario culinario de nuestro país, y hoy, en muchos hogares y restaurantes, convive con las celebraciones de fin de año, como son Navidad y Año Nuevo. Para disfrutar de una deliciosa velada al interior del hogar, el chef Ejecutivo Isaac Herrera, ha diseñado un menú con platos típicos de esta temporada: Pavo, relleno y gravy: con zanahoria baby, cebollas perla, alcachofa, tocino ybetabel golden Filete Wellington: relleno de duxelle de hongos, pasta hojaldre y salsa jus En el extenso menú especial de celebración, también hay Bacalao a la Vizcaína, Salmón noruego glaseado en salsa de miel y mostaza con coles de bruselas, y Roast Beef con papa aplastada a la mantequilla; además de guarniciones, cremas y pastas para acompañar al plato fuerte. Para el dulce final hay varias opciones, como: Pastel de zanahoria con mascarpone Pastel de chocolate y avellana Cheesecake de guayaba Cocada con vainilla de Papantla Cada plato incluye baguette artesanal. Para complementar la mesa, Carolo ofrece guarniciones como alcachofas al carbón, ensalada de la casa, espinacas a la crema, puré de papa trufado, fettuccini Alfredo, canelones de espinaca y jitomate, romeritos con camarón, junto con una selección de postres que evocan sabores familiares: pastel de zanahoria con mascarpone, cheesecake de guayaba, cocada con vainilla de Papantla y pastel de chocolate con avellana. Este menú estará disponible hasta el 1 de enero de 2026, y está pensado para quienes encuentran en la comida un espacio de reunión, ya sea para mantener una tradición, adoptarla o simplemente disfrutar de una cena festiva con ingredientes de calidad y sin complicaciones.

Vinos japoneses, nueva ruta sensorial en la mesa mexicana

Los vinos japoneses comienzan a llegar a las mesas mexicanas, y su perfil limpio, preciso y con mucha sutileza, los convierte en una propuesta sorprendente para el maridaje con la cocina mexicana. En una cena especial diseñada por la chef Lula Martín del Campo y guiada por la sommelier Angélica Atristain, los comensales descubrieron por primera vez en nuestro país una selección de vinos japoneses elaborados con uvas como Koshu y Muscat Bailey A, dos emblemas de la vinicultura nipona. Esta experiencia gastronómica, pensada para explorar nuevos sabores, técnicas y armonías, mostró cómo Japón, con más de 300 años cultivando uvas y 150 años haciendo vino, puede maridar muy bien con la intensidad, frescura y riqueza de los ingredientes mexicanos. Imagen de portada: MasterTux-en-Pixabay.jp Los vinos japoneses comienzan a encontrar su espacio en la mesa mexicana, no desde la extravagancia ni desde la moda pasajera, sino desde un ángulo sutil entre dos culturas que buscan, cada una a su manera, honrar el origen. En este encuentro, organizado en torno a un menú especial de la chef Lula Martín del Campo, la sommelier Angélica Atristain compartió su interés por acercar al público mexicano los sabores del Sol Naciente y las historias que acompañan a sus botellas. Una propuesta que no pretende impresionar por exceso, sino seducir desde el detalle. La chef Lula Martín del Campo lo resume con claridad: “los japoneses tienen ese toque de la cocina minimalista, del menos es más; los mexicanos somos muy barrocos, muy surrealistas, demasiado alegres, y por eso hoy vamos a maridar cuatro excelentes vinos japoneses con platos mexicanos”. Bajo esa premisa, la cena se convirtió en un ejercicio de contraste y armonía, donde platos de raíces locales encontraron en los vinos nipones un contrapunto inesperado. El recorrido inició con Fujiclair GinzaKoshu 2023, un vino de perfil limpio y delicado, que se maridó con un taco suave de jaiba acompañada de aderezo miso y pepino encurtido. El Koshu, variedad emblemática de Japón, aportó frescura y tensión para sostener la sutileza del plato sin opacarlo. Le siguió el Chateau Honjyo Koshu Naranja Tokiwa-Ni-Moyuru 2024, un vino elaborado mediante una maceración con hollejos de 13 días y una crianza parcial en barrica usada. Sus aromas a manzana roja caramelizada, fresa y cereza, con ese fondo umami que es casi firma de la casa, encontraron un espejo poderoso en los Camarones Mariposa con esquites ancestrales de maíces criollos. En boca, las especias dulces y la estructura firme (5.9 g/L de frescura) acompañaron con soltura la untuosidad del plato. El tercer tiempo presentó Fujiclair Hayabusayama Rosé 2023, servido junto con cerdo en cocción lenta con adobo, ensalada verde y jocoque para taquear. El rosado, ligero y frutal, actuó como un puente entre la acidez del jocoque y la profundidad del adobo, refrescando sin borrar matices. La velada cerró con un vino que destacó tanto por su historia como por su carácter: Lumiere Ishigura Muscat Bailey A, maridado con albóndigas de res en caldillo con chile ahumado y calabacitas. Este tinto proviene de los históricos depósitos de granito “Ishigura”, construidos en 1901 y declarados patrimonio cultural japonés. Su estilo perfumado, con notas de fresa, jengibre encurtido y frutos rojos, ofreció una lectura distinta de la fruta, más luminosa que intensa, ideal para acompañar un plato casero llevado a una versión refinada. Angélica Atristain, sommelier y guía de la experiencia, compartió con los comensales la historia personal que la llevó a descubrir el vino japonés: “Mi mamá es diseñadora floral y la invitaron a una cena en Japón… yo la acompañé. En Japón me pregunté qué hacer, y desde entonces ya tengo cuatro viajes a ese país. En estos viajes pude conocer el vino japonés. Japón lleva 300 años cultivando uvas y 150 años haciendo vinos, y no lo sabíamos. Teníamos que ir a Japón a conocerlo. La experiencia de los vinos de Japón es fascinante”. La cena, presentada por primera vez en México, no solo mostró botellas poco conocidas en nuestro país, sino que abrió una ventana hacia una tradición vinícola longeva que no está dentro de nuestro radar occidental. Fue, en esencia, una noche de descubrimientos gracias a la colaboración de la chef Lula, entregándonos en cada plato los sabores de México, y Japón desde sus vinos, y una sommelier decidida a tender puentes entre ambos mundos.

Cocinar con raíces, Olga Cabrera y su camino en la gastronomía mexicana

En la Mixteca oaxaqueña, entre el humo del comal y el aroma del pan recién horneado, se teje la historia de Olga Cabrera, una mujer que ha convertido la cocina en un acto de resistencia y comunidad. Fundadora del restaurante Tierra del Sol, Cabrera ha desafiado los límites de género y las adversidades del tiempo para reivindicar el papel de las mujeres en la gastronomía mexicana. Con su proyecto Tierra del Sol, Olga ha hecho de la cocina un espacio donde convergen la memoria, el respeto por el origen y la búsqueda de un futuro más justo y sostenible. Pero llegar hasta este punto no le fue fácil. Conversamos con la chef, quien nos contó su historia marcada por el esfuerzo, su legado y el deseo profundo de mantener viva la cultura gastronómica de su tierra. “La gastronomía es cultura, alegría, fiesta, alimento, enseñanza y arraigo” —¿Qué representa para usted la gastronomía? La gastronomía es parte de mi vida; aparte, es cultura, es herencia, es fiesta. La gastronomía nos alimenta, pero también, para muchas familias, al igual que para mí, es una forma de salir adelante económicamente, personalmente, laboralmente. Entonces, la gastronomía es cultura, es alegría, es fiesta, es alimento, enseñanza, arraigo. La gastronomía es lo mejor que podemos tener en la vida. —¿Cómo comenzó su historia en la cocina? Yo comencé a dedicarme a esto por necesidad. Mis dos bisabuelas eran cocineras, pero me crié más con mi bisabuela materna. Mi abuela también fue parte fundamental, se casó muy joven y acompañaba a su mamá y a su suegra a las cocinas de las rancherías; ellas eran cocineras de las rancherías. Mi abuela comenzó a hacer pan a los 15 años, y mi madre siguió el oficio de panadera. Ella no siguió el oficio de la cocina salada, más bien el de la cocina dulce, la panadería. —¿Cómo influyó esa herencia familiar en su desarrollo profesional y personal? Yo nací en este mundo de la panadería, tanto de hacer pan como de hacer mole, en la cocina de la casa y también de trabajarla y comercializarla. Mi bisabuela, mi abuela y mi mamá fueron mujeres comerciantes. Cuando fui madre adolescente, la única manera en que podía aportar económicamente a la familia era haciendo, según yo, lo único que en ese momento sabía hacer. Comencé a cocinar desde muy pequeña, a los 9 o 10 años, haciendo comida para la casa, y luego, cuando me casé, lo comencé a hacer por necesidad. Como adolescentes, teníamos muchas carencias económicas y en el pueblo se vive de otra manera. La necesidad me hizo el gusto, porque ya me gustaba cocinar, me gustaba hacer postres. Aprendí con mis tías, pero cuando tienes cuatro hijos a tus 22 años y no hay otra manera de sobrevivir, haces lo que sabes. Las enseñanzas de las mujeres de mi familia me dieron la oportunidad de dedicarme al comercio, de saber administrar el poco o mucho dinero que me caía y vender lo que preparaba. Fue la necesidad, y de ahí fue creciendo todo, hasta que mis hijos pudieron prepararse y estudiar. Y aunque yo no pude tener una carrera universitaria, tenía las enseñanzas de mis abuelas, de mi madre, de mis tías. Me apoyaba mucho con revistas de cocina; mucha de la cocina que hacía la sacaba de las revistas, de los programas de televisión, porque era lo que tenía a mi alcance. —¿Cómo evolucionó su relación con la cocina a partir de esa experiencia inicial? Después, cuando ya comienzo a tener otro concepto, otra idea de cómo cocinar sin aburrirme, de que no fuera todo el tiempo lo mismo, comienzo a buscar otras alternativas, a aprender más sobre el maíz, los frijoles, los chiles. Eso me lleva a leer, algo a lo que no estaba acostumbrada. Cuando hay necesidad de investigar, hay que hacerlo, o ir al campo. Creo que una de las formas más directas y más sinceras de conocer lo que tenemos en la cocina es pisar la tierra de donde viene lo que vas a cocinar; eso es una enseñanza mayor a lo que pueda haber en un libro, porque viene de alguien que lo ha vivido y lo ha hecho.  Ese contacto con la gente del campo, con los productores, me recordó y me hizo regresar a mi niñez, con mi abuelo, con mi abuela, a sembrar la tierra, el maíz, el frijol, las calabazas y todo lo que sembraban, que también lo comercializaban, y creo que esa es la transición de mi cocina. —¿Cómo ha enfrentado los retos del cambio generacional y el reconocimiento como mujer cocinera y chef? Han sido grandes retos, sobre todo porque en la cocina se reconoce a los hombres como chefs, pero no a las mujeres, que somos las cocineras, las mayoras o las cocineras tradicionales, solo porque portamos un huipil o un traje típico. A veces hacemos mucho más cosas que los hombres en una cocina, porque el chef es el que dirige, pero hay mujeres que están en algunos de estos espacios y son las que realmente dirigen, aunque no tengan el reconocimiento. Así como pasa en este oficio de la cocina, también ocurre en otras áreas donde se reconoce al hombre, pero no a la mujer. Ha costado trabajo, pero creo que quienes estamos dispuestas a enfrentar esos retos podemos conseguir muchas cosas. El no bajar los brazos, el no bajar la cabeza, el luchar por tus sueños o por lo que deseas hacer, nos puede llevar a grandes logros. Eso me lo enseñó mi mamá, a siempre solucionar los retos y concretarlos. Para todas las mujeres hay grandes retos. —¿Se imaginó alcanzar todo lo que ha logrado? Primero, nunca me imaginé que iba a poder hacer lo que he hecho hasta ahora, nunca. Yo lo que quería era generar recursos económicos para mi familia, que no les pasara lo que a mí me pasó. Y claro que no lo esperaba. Ahora, ver que hay muchas mujeres en Oaxaca que representan

La gastronomía mexicana celebra 15 aniversario de nombramiento Patrimonio de la Humanidad de UNESCO

La gastronomía mexicana siempre es motivo de orgullo y celebración, y a quince años de que la UNESCO la reconociera como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, chefs, cocineras tradicionales y expertos culinarios se reunieron en Cuernavaca, Morelos, para rendir homenaje a esta herencia viva que representa la identidad y la diversidad del país, y con una cena de gala encabezada por Gloria López Morales, fundadora del Conservatorio de la Cultura Gastronómica Mexicana, y la celebración del X Foro Mundial de la Gastronomía Mexicana, se reafirmó por qué la cocina mexicana es un símbolo universal de cultura, historia y sabor. Han pasado quince años desde que la UNESCO nombró a la gastronomía mexicana Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, un hecho que marcó para siempre la historia culinaria del país, porque desde aquel 16 de noviembre de 2010, se puso en el centro a las comunidades, y a las cocineros tradicionales que por siglos habían sido invisibilizados, y se reconoció que su conocimiento -sembrar, cosechar, preparar y compartir los alimentos- son una herencia viva, parte esencial de la identidad mexicana. Y para celebrar este acontecimiento, se llevó a cabo una Cena de Gala encabezada por Gloria López Morales, fundadora del Conservatorio de la Cultura Gastronómica Mexicana (CCGM), que durante su discurso, evocó el emotivo momento en Nairobi, Kenia, donde encabezó la delegación mexicana que logró esta hazaña cultural tras años de esfuerzo y un riguroso expediente de candidatura. El reconocimiento de la UNESCO en 2010 fue el resultado de un largo proceso que inició en 2004 con un primer intento que no prosperó, hasta seis años después, cuando la cocina tradicional mexicana logró ser reconocida como modelo cultural vivo. Como parte de las actividades de esta celebración, se llevó a cabo el X Foro Mundial de la Gastronomía Mexicana, evento de talla internacional organizado por la Secretaría de Turismo y el Conservatorio de la Cultura Gastronómica Mexicana, el cual tuvo lugar del 7 al 9 de noviembre, en la Plaza de Armas de Cuernavaca, que fue punto de encuentro para ponencias, talleres, catas y una gran feria de cocina tradicional donde cocineras de distintos rincones del país compartieron sus delicias y conocimientos ancestrales.

Tecate celebra identidad con festival de Día de Muertos, El Pan de la Catrina, una fiesta que desafía al Halloween

En la frontera norte de México, donde la influencia estadounidense parece inevitable, Tecate levanta la voz con aroma a pan de muerto, disfraces de catrinas y flores de cempasúchil. Cada noviembre este Pueblo Mágico demuestra que las tradiciones no se olvidan ni se cambian, sino que se defienden con orgullo y se hornean con anís. En el estado de Baja California se encuentra Tecate, el único Pueblo Mágico que tiene frontera con Estados Unidos, y lejos de lo que podría creerse, durante las festividades del Día de Muertos sus calles y fachadas no se visten de Halloween, sino de flor de cempasúchil, de ofrendas y catrinas que recorren sus calles y sus parques, donde el aroma del pan de muerto recién horneado demuestran que aquí, las tradiciones mexicanas están más vivas que nunca. Desde hace siete años, en Tecate se lleva a cabo el Festival del Pan de Muerto en su parque central, el Parque Miguel Hidalgo, donde la gente acude con vestuarios de catrinas, que son más que una expresión festiva y se convierten en una manifestación de voluntad colectiva por preservar lo propio y mantener vivas las tradiciones que nos distinguen en medio de un paisaje cada vez más globalizado. Y es que Tecate podría ceder fácilmente al magnetismo cultural del norte con su Halloween, sus calabazas naranjas, y sus disfraces de fantasmas y superhéroes que inundan las tiendas y las redes sociales. Sin embargo, los tecatenses eligen otra ruta, la de la identidad. En lugar de importar símbolos vecinos, reafirman los propios, transformando el Día de Muertos en una celebración de orgullo local, donde el pan de muerto se convierte en un símbolo de resistencia, incluso de defensa cultural. El festival reúne a panaderos, familias y visitantes. A través del pan, la gente recuerda a sus difuntos, pero también su propio origen. Cada horno encendido es una metáfora del fuego que mantiene viva la identidad mexicana. De igual manera, las catrinas representan una apropiación estética y simbólica muy mexicana. Mientras el Halloween extranjero glorifica el miedo, las catrinas celebran la muerte como parte de la vida, la visten de flores, la pintan de alegría. En ese contraste radica una filosofía distinta, a la muerte no se le teme, se le honra. Así, el festival del pan de muerto y los desfiles de catrinas son mucho más que eventos turísticos: son espacios de afirmación cultural en una ciudad fronteriza que, día tras día, reafirma su derecho a ser mexicana. Tecate demuestra que su soberanía cultural también está en un pan, una flor y un rostro pintado. En esta ocasión, el festival reunió a más de 60 mi asistentes que, durante cuatro días, disfrutaron de una gran cartelera cultural que incluyó ballet folclórico, conciertos de música mexicana, puestas en escena, venta y concurso de pan de muerto, muestra y concurso de ofrendas, entre otras actividades que realzaron el espíritu de identidad de la región, además de gastronomía, para lo cual, diversos restaurantes ofrecieron cenas muy especiales con el tema de la muerte. Así, Tecate, el único Pueblo Mágico que tiene división con Estados Unidos -y cuyas rejas se ven desde cualquier punto-, nos recuerda que la identidad no se impone, se defiende, se amasa, se saborea y se celebra.

Un Menú Para el Recuerdo, Los Danzantes Celebran el Día de Muertos con Calabaza, Mole, Maíz y Mezcal

El chef Sergio Camacho y su equipo presentan una propuesta que transforma los elementos del altar en una experiencia culinaria de enorme conexión con la tierra, la tradición y el recuerdo. En México, la comida no solo alimenta el cuerpo, también nutre la memoria y, cada año, cuando llega el Día de Muertos, nuestro entorno es invadido por los aromas del maíz, la calabaza, el mole y el cempasúchil, que se convierten en un puente entre el presente y el pasado. Por eso, muchos restaurantes crean menús especiales que rinden tributo a la tradición y al sentido de pertenencia que esta celebración inspira. En Los Danzantes, el altar se traduce en una experiencia gastronómica, y en este 2025, este restaurante nos ofrece un menú de temporada que integra los sabores ancestrales nuestra tierra, de nuestras raíces, reinterpretados con sutileza y respeto. Cada plato es una ofrenda, una manera de poner en la mesa lo que por tradición se ha puesto en los altares. La experiencia comienza con una crema de calabaza de Castilla acompañada de chochoyotes, queso azul y pétalos de cempasúchil, que nos lleva de la mano por la cosecha, por la tierra fértil, donde el sabor natural y dulce de la calabaza se combina de manera perfecta con la intensidad floral y el toque saladito del queso. Luego llega Maíz y Ceniza, un plato que celebra el origen. La mazorca de huitlacoche confitada, servida con recado negro y hojas de la chinampa, que rinde homenaje al maíz como nuestra raíz y sustento. Es una interpretación contemporánea de la milpa, donde el humo, la tierra y el grano se funden en una sola identidad. El siguiente tiempo, cordero en mole de jamaica, con puré de camote naranja, betabel tierno, chilacayotes y tomatillos, combina lo ritual con lo efímero. El mole, símbolo de comunión y celebración, se viste de tonos violetas y rojizos, evocando el color de la flor que acompaña a los altares y al tránsito entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Para cerrar esta experiencia no hay nada mejor que una tarta de calabaza, la cual resume el espíritu del otoño con cada uno de sus ingredientes. Base crujiente rellena de calabaza en tacha, puré de camote morado y un helado de nata. Todo está aquí, dulzura, memoria y nostalgia en cada bocado. El alma de esta experiencia lleva el sello del chef Sergio Camacho, quien junto con su talentoso equipo de cocina logra que cada plato llegue al comensal con armonía, ritmo y sentido. Nos queda claro que en Los Danzantes, la cocina es un acto colectivo, porque detrás de cada sabor hay manos que transforman los ingredientes, resultado de una pasión que hace posible este gran servicio, en el que también juega un rol importante todo el equipo de sala, el sommelier y el equipo de coctelería. El maridaje, pensado para acompañar este viaje de sabores, combina tradición y celebración: vino blanco 30 aniversario de Los Danzantes, un Negroni Cempasúchil que alude a la flor emblemática de la temporada, mezcal Los Danzantes 30 aniversario y un final íntimo con café capuchino acompañado de dulce de calabaza. Cada trago completa el relato sensorial de un menú hecho para honrar la vida a través de la memoria. Con esta propuesta, Los Danzantes demuestra que el Día de Muertos no solo se celebra en los altares, sino también en la mesa, donde cada sabor es una forma de recordar y agradecer. Mi reconocimiento al chef Sergio Camacho y todo el equipo de Los Danzantes por lograr que esta experiencia trascienda el acto de comer y se convierta en un encuentro con la memoria, con la tierra, con la esencia de lo que somos. Gracias por traer a mi memoria mis sabores de infancia, de mi abuela, de mi madre; los aromas de casa, y que cada año están presentes en la ofrenda familiar. Un menú insuperable por todo lo que aporta a la emoción. UBICACIÓN Los Danzantes Parque Centenario 12Coyoacán Centro, Coyoacán, Ciudad de México.

De Huajuapan a Puebla, el viaje del mole de caderas y su legado ancestral

En el corazón de Puebla, el restaurante Custodia celebró la temporada del mole de caderas con una experiencia que unió historia, tradición y sabor. La chef oaxaqueña Olga Cabrera, embajadora de la gastronomía mixteca, y el chef Alan Sánchez, anfitrión de la casa, compartieron su interpretación de este platillo ancestral, recordándonos que en cada hueso de chivo late la memoria viva de un pueblo y su tierra. El mole de caderas es un guiso que condensa historia, territorio y cultura. Su sabor narra los caminos polvorientos de la Mixteca, la vida trashumante de los pastores y el respeto absoluto por la tierra y los animales. Este platillo, que hoy se degusta también en Puebla, tiene raíces que se remontan siglos atrás, cuando los españoles introdujeron el ganado caprino a México y, con ello, comenzó una tradición que ha sobrevivido a lo largo del tiempo. El mole de caderas se prepara solo una vez al año, entre octubre y noviembre, marcando el cierre del ciclo agrícola y el inicio de la temporada de sacrificio. Durante meses, los pastores —familias completas— recorrían los cerros de la Mixteca llevando sus rebaños caprinos en busca de alimento fresco. Los chivos, alimentados de hierbas silvestres y sal, acumulaban grasa y sabor, y al final del recorrido, los animales más fuertes eran sacrificados. De su carne surgía el chito (carne salada y secada al sol), que se distribuía en Tehuacán, Puebla, Veracruz, la Ciudad de México y hasta España. Los huesos de la cadera, en cambio, quedaron como símbolo de aprovechamiento total, indica la chef Olga, del restaurante Tierra del Sol, en Oaxaca. El secreto del plato está en esos huesos, que concentran el sabor más intenso del chivo gracias a la grasa, la médula y los pequeños trozos de carne adheridos. Al cocerse lentamente, liberan colágeno y jugos naturales que espesan el mole y le dan esa textura suave al paladar. Se cocina con diversidad de chiles y especias. En cada cucharada late la memoria de los pastores, los matanceros, los artesanos que tejen los petates donde aún se seca la carne, y las familias que preservan una tradición amenazada por la migración -Huajuapan es el lugar que más divisas recibe de Estados Unidos- y los altos costos del pastoreo. Esta historia viva fue celebrada en Puebla durante una comida especial en el restaurante Custodia, donde el chef Alan Sánchez recibió a la chef oaxaqueña Olga Cabrera, guardiana de la tradición del mole de caderas de Huajuapan de León. Ambos ofrecieron su propia interpretación del mismo platillo, dos visiones que manifiestan la raíz y la contemporaneidad. Antes de la comida, los chefs compartieron con los comensales la historia de este mole ancestral, sus implicaciones culturales y el desafío de mantener viva la práctica del pastoreo, hoy en riesgo por la falta de nuevas generaciones dedicadas a esta labor. La chef Cabrera habló del respeto que implica cocinar este platillo, porque cada hueso tiene su historia. Por su parte, el chef Alan Sánchez, destacó la importancia de revalorar la temporada del mole de caderas en Puebla: “Esta ciudad tiene ciclos gastronómicos muy marcados, como el del chile en nogada, los moles, y ahora este platillo que merece su propio lugar en la mesa poblana”. Este encuentro fue una celebración del origen, una invitación a mirar atrás para comprender que detrás del sabor hay una red de manos, caminos y memorias. En Custodia, el mole de caderas no solo se sirvió como un plato, se presentó como un acto de resistencia cultural, un homenaje a los pastores que caminaban cerro tras cerro, y a la tierra que les daba sustento.

Descubre los panes tradicionales de Guanajuato, legado artesanal con historia, sabor y orgullo

En cada horno de Guanajuato se preserva la historia, la memoria y la fe de un pueblo que ha hecho del oficio panadero una herencia viva. Desde los tumbagones de San Miguel de Allende hasta las acambaritas y el pan de ánimas de Acámbaro, la panadería tradicional guanajuatense guarda secretos transmitidos por generaciones. En este recorrido, la investigadora gastronómica Claudia Valencia nos invita a descubrir los aromas, las técnicas y los significados culturales de los panes que dan identidad a la región y que hoy son motivo de orgullo nacional. La Panadería Tradicional de Guanajuato Por Claudia Valencia Investigadora gastronómica y asesora del equipo ganador de la “Medalla Juan Panes 2025”. En Guanajuato, el pan no solo alimenta: narra la historia de sus pueblos, de sus hornos y de sus manos. Desde los antiguos barrios hasta las comunidades rurales, la panadería tradicional mantiene un pulso constante con el tiempo. Si bien ha evolucionado, aún persiste una forma artesanal de hacer pan que resiste al olvido: un oficio transmitido entre generaciones que honra el trabajo manual, la paciencia y el calor del horno. El arte del panadero tradicional Los panaderos tradicionales guanajuatenses trabajan en talleres familiares donde el uso de la tecnología es mínimo. Se limita el uso de aparatos eléctricos y se utilizan herramientas simples para cortar y labrar el pan. El corazón del proceso aún es manual. Los hornos —de gaveta, abovedados o calabaceros— funcionan con gas o con leña, y su aroma impregna los vecindarios, despertando la memoria colectiva de las casas donde cada mañana se sirve café, atole o un vaso de leche que acompaña estas delicias. El pan es alimento cotidiano, pero también símbolo de celebración y espiritualidad: se comparte en las bodas, se bendice en las fiestas patronales y se ofrece en los velorios como gesto de consuelo y comunión. Panes emblemáticos de Guanajuato En la zona norte y centro del estado, el pan de agua caracteriza a Purísima del Rincón, San Luis de la Paz, Ocampo y San Felipe, con variantes como los estribos, chamucos y tostadas. Los buñuelos de rodilla, presentes en casi toda la región durante las fiestas y la Navidad, se estiran con ayuda de una servilleta sobre la rodilla —de ahí su nombre— y se bañan con miel de piloncillo y guayaba. En la zona centro del estado, en Apaseo el Grande, las vaquitas —pequeñas empanadas de guisos como chicharrón, rajas o picadillo— son ícono local. En San Miguel de Allende, los tumbagones evocan antiguas alianzas coloniales: su forma recuerda a los anillos de tumbaga, mezcla de oro y plata que simbolizaba fidelidad religiosa. Las quesadillas de Valtierrilla, conocidas como chivitas, combinan queso con azúcar, piloncillo y canela, o rellenos de crema pastelera. En Salamanca, durante la fiesta de San Juan, los panaderos ofrecen rosquetes de trigo con aroma a piloncillo, y en Semana Santa se reparten panes benditos junto con manzanilla y listones morados. En Rincón de Tamayo, Celaya, las quesadillas de piloncillo y chile ancho conservan una fusión de dulce y picante. León aporta el pan pucha, tradicional de bodas y celebraciones religiosas, y los bolillos rellenos del Barrio Arriba, horneados por la Panadería Muñoz con queso asadero, chorizo y chile jalapeño. Durante la Cuaresma, las torrejas, la capirotada de piloncillo y la blanca o de leche son protagonistas dentro de las siete cazuelas, elaboradas con panes tradicionales como el pan oriado o duro francés y pechugas de huevo. En León también se celebra la “Fiesta del Panecito de San Nicolás Tolentino” -el 10 de septiembre- tradición del primer barrio fundado por afrodescendientes. El pan grande de León —conchas, chilindrinas, chorreadas— se vende en triciclos por las calles del centro, mientras que las gorditas de trigo o panochas, hechas en comal, se ofrecen fuera de la catedral; en algunas comunidades se siguen acompañando las fiestas de la Santa Cruz con atole de garbanzo tostado. En la zona sur, en Salvatierra, el pan pícaro o colorado acompaña los novenarios, y el prestiño, formado sobre un cesto y un tenedor, se sirve con jarabe de piloncillo. La fruta de horno —campechanas, gaznates, coronas, polvorones, empanadas, trocantes o volovanes— se encuentra en Jaral del Progreso, Yuriria y Comonfort, así como en Guanajuato capital, especialmente durante ferias y fiestas religiosas. Las gordas de horno, populares en la región norte y centro, se hornean sobre latas de sardina; elaboradas con masa de maíz enchilada y de azúcar, son pretexto de reunión familiar y se cuecen en hornos de leña. En Acámbaro, el pan es identidad: acambaritas, pan ranchero, pan tallado, picones, pan grande y pan de ánimas, que se distingue por su pucha —glaseado de clara, limón y azúcar—. Durante el Miércoles de Ceniza, los acambarenses llevan sus canastas con pan, hierbas amargas y vino para ser bendecidos, evocando el pan ácimo hebreo. Y en julio, la “Lluvia de Pan” honra a la Virgen del Refugio: los panaderos regalan su producción como ofrenda y agradecimiento por un año de trabajo. Este legado ha llevado al pan grande de Acámbaro a obtener la Indicación Geográfica Protegida (IGP) por el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, reconociendo su valor patrimonial y su método artesanal. El Pan de Guanajuato en la Medalla Juan Panes En el marco de la segunda edición de La Fiesta del Pan 2025 —una colaboración entre Vatel Club México A.C., Capítulo Puebla, representado por el chef Jorge Jalil; la Delegación de Investigación Nacional, encabezada por la chef Lynda C. Balderas; y la Universidad Anáhuac Puebla – Le Cordon Bleu— tuve el honor de participar como asesora en las categorías de Panadería Tradicional y Pan Ceremonial de Guanajuato, con el tema Pan de Acámbaro. Mi más profundo agradecimiento al chef ejecutivo Bruno Airagnes y a la Mtra. Ana Yuri Amoroz Ríos, directora de la Escuela de Gastronomía y Turismo, por su invaluable apoyo y hospitalidad durante el evento. Las alumnas Eneida Hernández Treviño y Valery Paola Salas Meza, de Le Cordon Bleu Anáhuac Tampico, representaron a Guanajuato con un compromiso ejemplar, obteniendo

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